LOS OTROS
Por Gilberto
García Mercado
Son otros. Espectros vivos o muertos en vida lo mismo da. Alguien los
recuerda con el desespero tan común en los adictos a la cocaína u otra
sustancia enervante. Son otros peores aún. Ingresan a los hospitales con la
credencial que no usan nunca: Como es norma
de Estado, llévenme a cualquier centro de salud, a ningún colombiano lo pueden
abandonar en esta situación tan deplorable, dicen. Se les brinda atención
médica, y asombra que sus organismos superan la convalecencia con tal rapidez,
sanan, cicatrizan sus heridas, y vuelven a delinquir…
Están allí, en cualquier barrio pobre comiéndose sus propias calamidades y
desgracias. “Como en la Cartagena miserable en donde el más buscado por las
autoridades no existe y al que existe ni siquiera preguntan por él”, anota un
curioso.
No duermen, no hay que ser demasiado suspicaz para
comprobarlo.
Cuando lo hacen es el peor día de sus vidas o el último:
Caen bajo la bala de un policía, o una de sus víctimas prevenidas, o son
heridos de cuidado, pero lo cierto es que pagan el precio de dormirse. No es
extraño entonces que se mimeticen entre los pasajeros de la ruta Olaya Herrera o el Pozón, y después de haber estudiado a la eventual víctima, a la
altura del barrio la Candelaria y Boston, se abalancen revólveres en mano o
cuchillos, y, otro atraco del día, señor…
¿QUIÉNES SON?
Llegaron a principios de los ochenta. Instalaron parapetos en los
alrededores de la Ciénaga de la Virgen, fundaron calles con nombres de calles
de sus pueblos de origen: las Flores, Barcelona, Camino del Medio, Esquina
Caliente, y sin reparo alguno rellenaron las propiedades, se repartieron el
territorio de nadie, y, se erigieron en sus propietarios. “Ante la mirada
complaciente de los alcaldes de siempre”, agrega alguien.
Los Otros, se quedaron…
***
El sol es un tizón.
Quienes se reúnen enfrente de las casas, parecieran recibir el resplandor
de alguien que cocina y se ha quedado dormido. Es sábado, por la calle de la
música los robots humanos se levantan, y de inmediato el cronista recuerda el
baile de Michael Jackson. Lo asocia, con Los otros,…
Boston es una mezcla de razas.
“Con un problema común que no es
otro que el fiel espejo o retrato de la problemática que tiene al país al borde
de un ataque de nervios”, dice un pensionado que prefiere el anonimato, “porque
uno nunca sabe…”
El barrio entonces deshabitado pero con problemas, de basuras, ausencia de
pozas sépticas, inseguridad, no previó, y hoy Los Otros, no saben si quedarse
actuando de extras en la película de la vida, o ascender a un cargo de mayor
responsabilidad, aunque esto represente la posibilidad de que los pillen, y
entonces gozarán de todo el rigor de la justicia, en una de sus hacinadas
cárceles…
***
Hay costeños, cachacos, rolos, paísas. El término desplazado se ajusta
perfectamente pues la población vino a Cartagena buscando el fin de la zozobra
de que en cualquier momento irrumpieran los grupos ilegales, y segaran la vida
de sus moradores…
HISTORIA SINGULAR
Un domingo los oídos no descansan. Los tumbatechos remueven los cimientos
de las casas, y quienes den papaya, Lucrecia,
que es como en Cartagena llaman a la muerte, al que encuentre mal parqueado, se
lo lleva. El hombre había visto a la esbelta mujer con la admiración que
despiertan las foráneas cuando llegan a la ciudad pero con la diferencia de que
Claudia, era provinciana. Y, tímida, para mayor complacencia. Se untaba la
joven de ese aura de inocencia fácil de perder, sólo se necesitaba de una amiga
de ella, frívola, quien estuviera en la jugada para que aquella vestimenta,
sagrada, arraigada en las costumbres provincianas, sustentada en quince o
veinte años pueblerinos, se desgarrara, y ya en harapos le brindaran cuando no
la perdición del esposo amado y sus hijos en Chalán, o la vida. Y sucedió. Una
semana necesitó para matricularse en la universidad de la vida en Boston. Por
eso, el hombre cuando la vio, se asombró terriblemente. Un frío de muerte
recorrió su espina dorsal. “¿Esa es la muchacha de Chalán?”, se preguntó. Se
levantó de la mesa, en donde precedía el rito de la cena, atravesó la pequeña
sala, y se asomó a la vastedad de la calle muda de asombro. Volvió a repetir la
pregunta. “Si, viejo— le respondió molesta su esposa— ¿Cuál es el
problema?” El hombre no supo explicar la
decepción, el cambio de la hermosa muchacha que ahora regresaba por la calle
muda de asombro. Iba por la mitad de la calle contoneándose, saludaba como las
reinas de belleza en el bando… "Adiós, señor"—le volvió a gritar—
"Cuide mucho a su mujer".
***
Las cuatro de la tarde de ese domingo. Rafael
Orozco se desgañitaba en el picó de enfrente. Y aunque mantenía su aplomo,
a veces el Mayor de Boston, ahogaba
al Binomio de Oro, pero la gente en
las esquinas bailaba con la música que le gustaba.
La presencia Vallenata de Rafael
Orozco debía de estar enojada…
***
Las penumbras avanzaron como si voltearan el día. Cuando lo percibieron se
hallaron sentados bebiendo las sopas de la vecina de enfrente. Cumpliendo un
año más, había enviado a la familia sus habilidades culinarias. La sopa hacía
sudar a los comensales, por lo que era natural permanecer con la puerta
abierta. De vez en cuando penetraban en ráfagas, las notas de canciones de
moda. Cuanto mayor era la intensidad de la brisa, más se escuchaban las
melodías en disputas. El hombre tuvo un mal presentimiento. Una gota fría
resbaló por la frente, en los labios el agridulce, le recordó a Lucrecia. Pensó en historias
fantásticas, el sopor lo doblegó por diez segundos. Se abandonó al veneno de su
sopa. Cuando despertó, lo hizo con los disparos y el griterío de la turba. La
primera reacción: cerrar la puerta. No lo hicieron pues en seguida irrumpió la
provinciana, quien huyendo de la trifulca entre pandillas, y con el estupor y
la incredulidad de quien no acepta la muerte, se derrumbó sobre el piso de
tierra. Vomitó sangre y quedó tendida, muerta, cual largo era.
OTRO HECHO ASOMBROSO
Nadie podía creerlo.
La bulla de las motocicletas despertó el barrio por la muerte de Jorge
Palacios. La policía hacía sus allanamientos pero todo fue infructuoso. Los
asesinos se esfumaron dejando sólo un chispero. Tal vez en alguna parte de
Boston, existiera algún túnel escondido, de difícil acceso para la policía.
Meras suposiciones, pues los delincuentes desaparecen. Y vuelven aparecer con
suma facilidad. Fin del melodrama del sábado, pues la policía se ha llevado el
cadáver, y las calles lucen desiertas. No se sabe cuándo ni en qué hora, los
que bailaban en frente de sus casas, apagaron sus picos, recogieron sus
asientos, y, en esteras, cartones, camas improvisadas se abandonaron a dormir
la farra. El que paseara por allí, escucharía el ronquido de Boston levitando.
Un peldaño falta
para llegar al cielo, para purgar tanta y tanta maldad…
El muerto del sábado hizo huir a muchos. Algunos
refunfuñando, disgustados, exclamaban que ni en sus propias casas se hallaban
seguros. Y no era para menos. La muerte de Jorge Palacios, un hombre que no se
metía con nadie pero que esa madrugada se hallaba en el sitio del disparo
alertó a muchos.
“Una balacera dejó la triste desaparición de Jorge palacios. Una bala
perdida atravesó la pared de madera, matando al hombre mientras dormía”, diría
el diario local al día siguiente.
LOS OTROS
No los abruma la cotidianidad. Los días transcurren sin
que la falta de oportunidades, el desempleo, o la contemplación de un futuro
gris, mine sus resistencias. Cada día para estos espectros vivos, lo mismo da.
No hacen planes, no celebran o guardan sus ahorros para momentos difíciles. No
les importa el cabello sucio, la ropa de días y en jirones, no rezan, claman a
un Dios sordo. Lo mismo les da. Sin embargo, no están solos pues cuando la
desesperación los agobia, buscan su porción de cocaína, la inhalan, y entonces
todas sus dificultades desaparecen. Por eso, para Los Otros no hay problemas
por resolver. Continúan agazapados en las esquinas. Se mimetizan entre los
pasajeros de la ruta Olaya Herrera o el Pozón. En las manos empuñan el revolver
o un filoso cuchillo. No saben que la policía anda tras sus pasos, ni cuenta se
dan...
Director El Clan
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