CRÓNICA COLOMBIANA.
Por Gilberto García Mercado*
Se observa vociferar al hombre de pie en el escaño.
La atmósfera nutrida de perfumes raros y extravagantes surge con la formación,
el carácter, y la región que el senador representa. Los ambientalistas huelen a
río y humedad, el Amazonas, la
Sierra Nevada de Santamarta y los parques naturales les
preocupa y les llena sus agendas. Por el contrario, los amigos del progreso a
cualquier precio, hacen gala de que el país debe entrar en la comercialización
maderera, defienden a pundonor la destrucción de grandes bosques, aunque para
atenuar el daño manifiestan la siembra de especies que crezcan en el menor
tiempo posible.
El hombre la emprende contra
aquellos Representantes que no defienden el bienestar ni la integridad de los
colombianos. Fuera, y antes del debate, el Ministro hizo gala de componendas,
de que el partido de Gobierno es mayoría, que si este o tal senador vota a
favor aténgase a los beneficios burocráticos, pero si no…
El Senador eleva las manos al
cielo del Congreso. Un Dios medroso ante tal jauría de lobos no sabe por qué se
hallan allí los padres de la patria. Los
cerebros más doctos, como el camaleón se mimetizan pero tras de sus mentiras…
El otro día, ese mismo Senador
llegó a un pobre suburbio de una capital costeña. Cómo impresionaba su
fisonomía, su extremada delgadez, su aire de hombre pulcro. El Dios del Congreso le concedió la
virtud de la política, y este luzbel
se rebeló en contra de sus dogmas, y Dios no supo qué hacer frente a ese hijo
renegado de su Congreso Perfecto...
Desde entonces se los observa allí, pues aquél no es el único, destapando ollas
podridas, tirándose los trapitos en la cara, mentándose la madre, pasando por
filántropos, realizando todo tipo de milagros y con la convicción de tener la
solución para todo tipo de problemas. Aunque para ello recurran a sus dotes de
culebreros, de sus diplomas invisibles pendiendo de sus pechos en donde consta
la carrera de matones o corruptos, en las guerrillas, paramilitares, las mafias
del narcotráfico o en la propia clase política. Es tal la oratoria que
convencen a todo el mundo. A la perfección estudian sus ademanes frente a las
cámaras, cómo sonreírles a las reinas, y ganarse la adepción de escritores como
García Márquez. ¡Qué tal si han
engañado a Dios…! El hombre que vociferaba dijo que aliviaría la pobreza de los
pobres, que la política con él era a otro precio, que no habría más impuestos,
que aumentaría la cobertura en salud, y que habría más viviendas y no sé
cuántos puestos de trabajo. Puras chácharas y fanfarronerías porque hoy se
siguen muriendo, los pobres en los hospitales, de pobres…
Los egresados de medicina, los
ingenieros, los maestros, los escritores y los hombres de m, no hallan trabajos dignos, algunos degradados en su dignidad se
agolpan en las esquinas, a vender minutos en celular, a transcribir en algún
café en Internet porque si no, te mueres de hambre, carajo.
Ese mismo hombre del suburbio, se
vuelve a levantar, energúmeno, agita documentos para sustentar sus denuncias,
se los restriega en la cara a los representantes del Gobierno, recuerda lo que
dijo en cierta ciudad costeña, la
pulcritud y la honradez es el eslogan de toda mi vida pública. Yo me debo a mis
comunidades. ..
Pero entonces, en la soledad del
cuarto de estudiante, en el fragor de restaurantes y cafeterías, en el puesto
de vendedor ambulante, en el vehiculo escolar, en canales de televisión y
periódicos. Al otro lado del charco, el Papa y el Vaticano, se tragan el cuento
que ya no es a lo colombiano sino que amenaza con contagiar el mundo. El
político hace su trabajo, vive a expensas del más pendejo, si vive delinquiendo
lo premian con una rebaja de pena, y, entonces en la cárcel, donde se encierra
al individuo para regenerarlo y mostrarlo como ejemplo para la sociedad, de los
malos, se halla mejor que en un hotel de
cinco estrellas…
Ese mismo senador, rechoncho
moralmente, abandona el recinto, parece ofuscado a punto de un paro cardiaco
pero no hay tal, mira sobre el hombro a los de la oposición, aterriza con una
sonrisa a la prensa asombrada. Lanza algunas expresiones despectivas, a un lado
del umbral un líder de aquella
comunidad de cierta ciudad costeña, con el que estableció relaciones fuertes
para obtener su credencial de Representante, espera durante toda la sesión del
parlamento la promesa del senador,
díganle que lo recibo a las cuatro, le había dicho su asistente. Pero el
Senador pasa por encima del pobre líder, ni siquiera lo mira, y manifiesta algo
así como no lo conozco, señor. Ya
fuera del recinto, el Senador sube a su vehículo blindado. Se dirige al sur,
donde habita la clase social prestante de la Capital. El cronista reconoce la casa de un Presidente o de un expresidente lo mismo
da. El padre de la patria desciende del vehículo, y en seguida, al asomar en el
umbral, estalla la lluvia de aplausos por cinco minutos. Se hallan allí los
miembros del Gobierno, el Presidente o un
expresidente lo mismo da, disidentes, y toda la parafernalia de quienes en
el Congreso de Dios montan el Teatro
más conmovedor que hasta el mismo William
Shakespeare, lo envidiaría. En la mente del espectador, aún persiste el
álgido y rimbombante espectáculo del debate. El país entero se paraliza, la
gente opina mientras el político de turno, el gobierno, y el gabinete en pleno
choca copas, beben y bailan hasta el amanecer. Y claro, la recepción la pagan
los bolsillos de los colombianos.
Director El Clan
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