José Ramón Mercado
EL POETA COMO TESTIGO DEL MUNDO
Por Gilberto
García M.
Hay dos clases de escritores. Quienes hacen lobby para requerir la ayuda de
las editoriales, y quienes resignados esperan en la intimidad de sus poemas o
narraciones. Es lo que piensa el maestro José Ramón Mercado. Sin embargo, entre
los que esperan ocurren, a veces, casos excepcionales, hombres de verdadero
talento. La Literatura no perdona a quienes hacen el oficio. Si es bueno —de
repente—su fama comienza a crecer como bola de nieve, entonces toma auge la obra del escritor, se
dispara, y ya el fabulador no necesitará hacer lobby, ni sentarse a esperar…«Esto,
en el país, es una lotería. Acá todo está signado en un carrusel de mutuos
elogios. Y la grandeza, ahora, de la literatura en el país está en manos de
periodistas, que a través de sus propias columnas arrequintan su propia fama», agrega.
Sí, esa es la concepción del poeta. Que espera sin angustias, pues considera
que tiene una obra que no se ha divulgado de manera suficiente y el boom
publicitario es sólo de los escritores que hacen lobby y asisten a cocteles tomándose
fotografías y aparecen al día siguiente en las páginas sociales…
Lo abordamos en plena sesión del Taller Yngermina de los sábados en Cartagena.
La casa colonial es de tres pisos, enfrente se aparcan vehículos con la
complicidad de los lavadores de carros, una vez dentro, se nota el confort de
un pequeño patio, hay sillas para deleitar el café, un vino o gaseosa.
Alrededor, sobre el pequeño patio, se alzan los tres pisos. Así que, el sol es
un chorro de luz, un cono que se asoma en el pequeño escenario.
El hombre es un sobreviviente de la Guerra de los Mil Días. Lo revelamos
tras la experiencia que significó once días compartidos con el escritor de
Ovejas. Hasta el punto de conocer su enorme biblioteca en la mansión de dos
pisos en los Altos del Bosque. No naufragó en los peores días de su juventud
cuando lo acusaron de subversivo. Es un sobreviviente que escribe cuentos,
relatos, crónicas, ensayos, poemas, libretos de teatro, etc.
A ÉL, LA VIDA TAMBIÉN LE DEBE
Ha hecho el recorrido de gran escritor. Desde aquellos lejanos días de su juventud
mucha agua ha corrido debajo del puente. Ahora está dedicado a escribir esas
novelas pendientes planteadas a cuatro manos con su hermano Jairo. Con su
muerte el proyecto de novela se retrasó. Aunque existen los borradores, la
estructura, todo. Mientras conduce por las avenidas de Cartagena hacia su casa,
va despotricando, escucha en el radio canciones de Roberto Carlos. Se queja del calor, de los problemas de movilidad, cómo la ciudad poco a poco va cayendo en un
caos. La inseguridad y la indigencia, se hallan en cada esquina, en los
semáforos…Esto me recuerda su poema: «La ciudad se ha vuelto una opereta». La
cual resulta la más dura crítica de una ciudad, por parte de un poeta post
contemporáneo.1
La vida lo ha asignado con el estandarte de la perpetuidad. Pues ya es
parte de dos siglos, no en balde sobrevivió al parto de su madre quien dio a
luz gemelos, pero de ese milagro de vida, por escasas horas sólo quedó él, para
poder contar el cuento. El otro gemelo se desvaneció, en una historia que nunca
ha escrito. Ese parte de victoria frente a la muerte de su hermano gemelo,
quizás le haya marcado demasiado develándolo a través de su poesía. Así nos lo
deja ver en ese extraordinario libro «Tratado de soledad». Premiado por la
Alcaldía de Cartagena en el 2009.2 En donde el crítico literario, Guillermo Tedio,
manifiesta que «José Ramón Mercado muestra haber alcanzado una plena madurez
poética purificando con ese juego de los contextos las direcciones de su
estilo, los análisis de su temática, los sentidos de su visión del mundo, las
fortalezas de su lenguaje».
Ahora el poeta se halla en la plenitud de su vida. Si no murió aquel 19 de
marzo del 1946, es porque el Dios de los escritores lo necesitaba para revelar una
poesía y una narrativa que casi siempre ha sido inherente a su alma Caribe. Y
es que al poeta, el hombre de Ovejas que vio la luz en la Hacienda la Estancia,
ranchería de Naranjal, hoy de Los Palmitos, jurisdicción de Corozal, le
correspondió palpar esa fuerza beligerante, ese descontento visceral, ese infundio
de sus coterráneos. Casi cincuenta años
de una lucha armada que no ha conducido a nada. Toda su vida la ha consagrado a
escribir, pues, aun cuando ha laborado de profesor, en sus clases, la fiebre y
la pasión por la literatura, han estado siempre presente. Con ese entusiasmo de
lector voraz y creador vigoroso, consideramos que la crítica está en deuda con él desde hace muchos años.
— ¿Alguna vez hizo lobby para publicar un libro?— le pregunto luego de la
pausa proferida tras un sorbo de café.
«Nunca—afirma categórico. — No soy partidario de lagartonear». Y en el énfasis de sus palabras hay la sinceridad del
escritor que le desagrada que le regalen elogios. Todo se lo ha ganado a pulso,
rumiando como un buey en pasto duro y seco de una literatura creíble, como la
que aprendió leyendo a Rulfo, Víctor Hugo, Dostoievski. Jamás ha mendigado una
propaganda en su época. «La obra si es buena resurge desde las cenizas sobre el
tiempo», manifiesta.
ENTRE PERROS DE PRESA Y JACQUES GILARD
En 1978 Jacques Gilard se sorprende con la narrativa de José Ramón Mercado.
En Perros de Presa, el abandono de la inmediatez, frente a esa literatura recurrente
en Las mismas Historias que firma en
unión con su hermano Jairo. La memoria en Perros de Presa, en cambio, lo
organiza todo, es una telaraña que va envolviendo el espacio, el tiempo, la
atmósfera, la narración, el hilo conductor a través del personaje-narrador. Y
como ya es una constante en los textos de Mercado, desfila frente al lector esa
película de toda la vida, que no es otra cosa que la realidad de siempre, de un
país en pugna. Con los ojos del escritor marginal—piensa, Jacques Gilard que aquí, el
joven escritor está afectado por un entorno en donde aparece la violencia
guerrillera, la rabia y la antipatía entre Liberales
y Conservadores, que termina por sumir al narrador en la visión de mundo
que gobierna en la actualidad, la Literatura de José Ramón Mercado.
Han transcurrido 33 años desde que Jacques Gilard vaticinara: «Ya se ve que
la narrativa de José Ramón Mercado ha alcanzando las nuevas dimensiones de una
autentica literatura». «Que el escritor ha accedido a los momentos plenos y
efectivos de la madurez».
Calla entonces el maestro. Sin embargo, en sus facciones se adivina el
sacrificio por la literatura. Ante la cruda realidad de que en Colombia, nadie
vive de escribir—excepto Gabo, los escritores excepcionales y quienes hacen
lobby. José Ramón Mercado le dedicó cuarenta años de su vida al Magisterio. «Como
nunca pedí una cita con un editor o gurú de las editoriales, treinta años son
demasiado tiempo para un escritor», agrega, mientras se ajusta los espejuelos.
Su biblioteca tiene el misterio de una época en la inmovilidad de los libros.
Es un lector vehemente, la felicidad sería que el próximo diluvio le atrapara
allí. En ese refugio que es además de biblioteca su bunker o coraza contra la
soledad, cuando ésta extiende sus tentáculos abrumadores, de más de quince mil
volúmenes de temas, autores y materias sobre lo divino y lo humano.
Ahora me muestra un ejemplar de Ulises
de Joice, dice que acepta mi
propuesta de transcribir y ordenar su último libro, ese que hace 33 años le
prometió a Jacques Gilard publicar, que corresponde a un título encantador: «La casa del Conde de la calle del Palomar del Príncipe»
«Todo se halla en la memoria—manifiesta mientras la luz de la tarde, es
vacilante y agónica en el corredor de la casa. — Fuera de ésta ronda el olvido,
los oscuros laberintos de la frustración, el infierno de Dante, el mundo de
Kafka».
LITERATURA CREIBLE, TODO ENCAJA EN LAMEDIDA DE LAS PROPORCIONES
Admirable la literatura de José Ramón Mercado. A esa definición llegará
quien lea y estudie con detenimiento su obra. Desde otro punto de vista, para el
lector que haya leído a José Ramón Mercado, le quedará rondando en su espíritu
que sus temas elegidos no caen nunca en lo espurio y en lo banal. Mercado nos
merece un reconocimiento sincero y muy válido. Pero si el hombre que lo lee, es
un lector familiarizado con los gustos de la buena literatura, entonces
descubrirá y a la vez se asombrará de cómo
los editores han sido ciegos oceánicos que nunca leen las buenas obras,
pues el poeta de Ovejas merece estar en las bibliotecas del país. Pues su obra
narrativa es motivo del análisis y el estudio de una realidad asombrosa. Que su
producción cuentística se traduce a un lenguaje audible, vigoroso. Que por
demás resiste el análisis crítico más riguroso de la crítica nacional o
foránea. «Como propuesta de lectura para descubrir al menos, entre todos sus
libros, una historia impresionante, quizá hasta una obra maestra», manifestó
René Cueto Álvarez, en Londres en 1983. Y no se equivocaba por esos años el
crítico. Hoy Perros de Presa continúa engrandeciéndose y defendiéndose como un
clásico entre la cuentística colombiana.
El poeta instala al lector en un ámbito en donde todo encaja con la
precisión y el sonido de las palabras. Se podría decir que Perros de Presa
viaja en un torrente literario donde el estilo del autor lo dirige, lo espera,
hace la pausa e impide que se desborde. Para finalmente confluir y erigirse en simple victoria, al narrar a
través de la memoria, la irrupción de la nostalgia por los tiempos de fiesta,
el sufrimiento ante las ráfagas de la metralla cuando el único que sobrevive es
el personaje que cuenta la historia, el frío y el calor del trópico, los
arbustos a los lados del camino. En fin,
la visión de ese hombre que toca con su
pedazo de acordeón unas piezas musicales que van demoliendo la vida polvorienta
de nuestros pueblos.
—Sé que te asombra el estilo—me dice ante una andanada de precisiones
cuando ya he leído y releído Perros de Presa y su poesía, con esa devoción de
ser buen lector, y restablecer su literatura en sus justas proporciones… —Pero
es el fruto de la lectura, de todos estos libros que ves en la biblioteca. Lo que
ha ido endureciendo mi vocación de escritor. Además, es el amor que nos corre
por dentro. Como una corriente de luz interior como guiada por Dios y lo que me
asiste…
LA LÍRICA RESPIRANDO POR SUS POROS
Frente a sus discípulos, con talante de sus arquetipos literarios el hombre
no se desdobla. Es el poeta José Ramón Mercado, un poeta con la experiencia de
medio siglo. Asombra porque tiene la particularidad de entonar su poesía
viviéndola, sintiéndola hasta en el aire que respira. En el receso de sus
narraciones hace la aparición «Los días de la ciudad», y gana espacio la
poesía. Ha sido más onerosa su producción poética pero la temática de una generación que lo marcó se halla explicita en
sus versos más recientes. Evoca entonces su arribo a Bogotá de nuevo en febrero
de 1971. El autobús lo deja con el sabor de la derrota, pues había sido
destituido del cargo de profesor en el Liceo de Bolívar por subversivo. Pero
también con ese fervor de joven maestro, asume la vida frente a la cultura del
mundo. Trabaja como programador pedagógico en ICOLPE. Ese mismo año conoce a
Rafael Alberti, en el Museo de Arte Colonial de Bogotá en una conferencia sobre
García Lorca y a cientos de poetas y escritores en el seno del taller Punto
Rojo.
En 1970 se lanza a la aventura literaria y pública “No sólo poemas”, ópera prima que recibe una crítica aceptable. El
3 de enero de 1971 Lecturas Dominicales de El Tiempo publica 4 poemas de ese
libro. Asimismo es bien recibido por Julio Abril en El Siglo. Igual, por el
poeta Marco Realpe Borja. No así María Mercedes Carranza, quien en cuatro
párrafos manifiesta que en “No sólo poemas” no hay la presencia de una atmósfera
poética valida...
TESTIGO DEL MUNDO
Mercado ha hecho trabajos que enaltecen y engrandecen la vida fecunda y
prolífica de un poeta. En la adolescencia, vendió en las calles, periódicos,
pan, loterías oficiales, clubes de mercancías, fue chacero de cine, reciclador
de huesos, botellas, frascos, picapedrero, distribuidor de revistas. Vendedor
de hortalizas y legumbres frescas. Además fue secretario de culebreros en su propio pueblo.
De procedencia humilde, el hombre sabía que a la Capital se viene a estudiar.
No se arredra, pues advierte que el mundo, la Bogotá que apenas comienza a
descubrir fue hecha para él. La estrechez económica como un mal presente, requiere contemplar todas las
posibilidades para vencerla. Lo importante es no desmayar.
Ya previsto de un derrotero, el joven Mercado Romero
entiende que para lograr sus metas hay que hacer de la vida una combinación de
trabajo incansable. Obtiene un logro pero para llegar a él se necesitó una
batalla en el camino. En estas estaciones el joven repondrá energías, ordenará
sus pensamientos y proseguirá ahora con más entusiasmo el recorrido. Se hace necesaria
la conquista, una disciplina estricta y rigurosa pero a la vez flexible cuando
el momento lo requiere. Así que, en 1960 ingresará a la Universidad Nacional tras ocupar el
sexto puesto entre 1.680 aspirantes. Cree reconocer en la beca que obtiene una
primera estación en donde el nudo de la estrechez económica que aprieta en la
garganta afloja un poco. Esta misma estación lo seguirá salvando pues ante la
muerte de su madre en 1956 y el padre en 1968 el joven poeta se refugia en la
primera adversidad a la que se ve abocado. De su padre recordará el hábito por
la lectura, pues se leyó 16 veces El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha,
así mismo fue lector de Shakespeare, Víctor Hugo, Cervantes.
—No sólo leía a Cervantes—manifiesta con un brillo singular en sus ojos
cafés José Ramón Mercado. —También a Víctor Hugo, Dumas, Balzac, Camus, Dostoievski,
Vallejo, biografías de Napoleón, Bolívar, Magallanes, Américo Vespucio, La Ilíada,
La Odisea, Vidas Paralelas, Shakespeare, Rubén Darío y obras completas de
Vargas Vilas. Yo creo que detrás de todo escritor siempre hay un padre lector.
Nunca tuvo fronteras temáticas, ni ideologías, ni cansancio. Cargaba en las
alforjas de su caballo, algunos volúmenes de Sthendal, Camus, Cervantes.…
EL ORDENADOR DEL MUNDO
---- ¿Cómo es un día en la vida de un escritor?—lo interrogo cuando la primera
bruma de la noche cae sobre los Altos del Bosque donde reside con su esposa y
los 15 mil volúmenes de literatura repartida entre Ovejas y Cartagena.
—Lleno de satisfacciones. Fui alumno de Rafael Bernal Jiménez, del padre
Camilo Torres. Estuve presente en la visita del presidente John F. Kennedy en
1960 al delegarme el consejo estudiantil de la Universidad Nacional. En 1971 un
grupo de jóvenes escritores fundamos en
Bogotá el colectivo literario Punto Rojo. Entre ellos recuerdo a Arturo Alape,
Germán Santamaría, Isaías Peña Gutiérrez, Álvaro Medina, Jairo Mercado, Roberto Montes, William Torres, Luis
Ernesto Lasso, Joaquín Peña, Jorge Eliecer Pardo y otros que se me escapan de
la memoria. De estas reuniones se desprendería lo que más tarde se llamó
Generación del Bloqueo y del Estado de Sitio. Y nació la UNE (Unión Nacional de
Escritores), cuyo primer presidente fue Don Germán Arciniega. Allí afloraron
también brillantes escritores de la época como Otto Morales Benítez, Manuel
Zapata Olivella, y demás. Y si me pregunta qué pediría si Dios me concediera un
deseo, no dudaría en responder: Todo,
menos ordenar el mundo. Volvería a nacer en La Estancia...
— ¿Qué hay de la novela que fraguaba escribir a cuatro manos con su hermano
Jairo?—pregunto cuando él se levanta y oprime el interruptor de la luz.
—Continúa esperando. A lo largo de todos estos años quisiera volver a nacer
en la Estancia, volver a leer muchos libros para ser testigo de tantas cosas.
Volvería a escribir «La casa del Conde de la calle del
palomar del Príncipe» este libro de cuentos que usted ahora me ayuda a
transcribir y que hace 32 años le prometí a Jacques Gilard publicar en 1979.
Ahora, lo hago, como una ofrenda póstuma a su memoria y dedicada a él, como un
tributo de mi consagración definitiva.
(Y yo me quito el sombrero
humildemente ante el poeta y gran escritor).
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