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miércoles, 9 de mayo de 2012

Cuentos que suben al cielo pero no se quedan con Dios...


MILAGRO DE VIDA
Por Gilberto García M
Director El Clan de los Alucinados

Para alguien que está más allá de mí: Dios, el Todopoderoso

I
El hombre que vende minutos a celular se mueve intranquilo. El kiosco en donde se expenden gaseosas, dulces, baratijas y también los chismes del día, suelta bocanadas de calor. Horas antes Simón Cruz, un anciano en uso de buen retiro, había iniciado ese rito que truene, llueva y relampaguee, está siempre presente desde que el viejo vive en el sector.

—Buenos días— dice inclinando el cuerpo—Estamos bien porque seguimos vivos. Luego de sentirse el dueño de este universo, extiende el diario. Comenta las noticias del día…
El hombre que vende minutos a celular juega con un haz de luz que se mete por alguna parte, trata de evitar que aquel le hiera en la cara, pero se solaza con un vallenato de Rafael Orozco. Hasta el punto que olvida las malas ventas del día. “Octubre es de mal agüero”, piensa, “Si uno se descuida, los ratones le hacen su agosto”.

Porque no es fácil presenciar el movimiento del Hospital: ansiosos que le piden un número pero que no tienen con qué pagar; niños que convulsionan por la fiebre y la deshidratación; amenazas al portero porque no hay médicos para tantos enfermos; los sueldos atrasados de quienes laboran aquí. De vez en cuando un caso de maltrato infantil, violación. En fin, no es fácil. El recibo de cobro de la luz; las malas ventas del día…
II
En un barrio del Sur oriente, don Ismael Porto contempla su vida. Algo presiente, nunca había experimentado este escozor, un dolor sutil, el monstruo de la enfermedad cabalgando sobre su cuerpo.  Se le vienen a la mente, los hijos, su  mujer, y esa sucesión de imágenes y lágrimas. La  satisfacción por las cosas buenas… “Es un sueño”, se dice, “Mañana despertaré congraciado con la vida”. Don Ismael sufre de la presión arterial, al principio es duro vivir a punto de pastas, pero es la única manera de…Además, el hombre es un animal de costumbres. Se sigue viendo, las novias de su juventud, los primeros años en el colegio, las bromas y maldades a los profesores, la matricula condicional.
Alguien lo sujeta por los hombros, lo suben a un taxi.

—Rápido— escucha la frase—Se nos muere  el viejo.
En ese momento don Ismael piensa que la muerte no existe. “Uno es inmortal, mañana despertaré, más vivito que nunca”. Entonces se ríe, quiere despertar pero se aterra al comprobar que no es de noche, la sirena del taxi, le atenaza el temor de alguien, una presencia blanca que va recogiendo sus pasos…“Inminente la impotencia cuando no se desea morir”, recuerda que dijo alguien…
III
María Fernanda siente los dolores. Es una morena de pelo apretado, jamás se ha enfrentado a un parto. Ha conseguido como pudo, las atenciones de los galenos. “Para que no haya complicaciones, haga lo que le decimos”, le manifestaron. Desde entonces su carné no adolece de faltas, está lleno de rayitas, datos y firmas donde se precisa que María Fernanda sigue al pie lo que se le recomienda. No así esta pobreza extrema, pues los dolores la han asaltado de repente. Se halla sola en la casa, su marido es albañil, tal es  este sorpresivo dolor que la mujer por primera vez siente miedo.  No por la experiencia de enfrentarse contra el mundo— en el parto— sino por lo que le pueda suceder a la criatura. Pero una mujer sola y embarazada….
IV
El hombre que vende minutos a celular bosteza. El día es largo, y para completar  estas ventas que no mejoran. Sorpresivamente aparece un taxi, el conductor aparca, y a don Ismael Porto lo bajan en una camilla. Ante la mirada estupefacta  del vigilante, los pacientes que esperan el turno, y hasta del propio médico quien suspende la primera bocanada de su almuerzo. Con el estómago pegado al espinazo, y debido a su juramento Hipocrático atiende al viejo. Don Ismael Porto continúa creyendo que la película de su vida es un sueño. Se ríe, igual cuando niño hacía bromas a sus profesoras…

V
A María Fernanda la  suspenden por los hombros. Los dolores son en serio. Nueve meses esperando el bendito parto y ni siquiera le avisó. La extrema pobreza le jugó la mala jugada. El taxi recorre la Cordialidad, el conductor se halla nervioso no por lo que le pueda suceder a la joven sino “por la incomodidad  en el auto si esta niña alumbra en él”, piensa. Cinco minutos antes el hombre que vende minutos a celular se dijo: “esta morena no tiene con qué pagar la llamada”. La mulata había salido nerviosa de Urgencia, balbuceó un número, dijo que su padre, don Ismael se moría, y que Dios no podía hacer eso.
En seguida un hermano mayor la regañó.
—Tienes que conservar la calma—manifestó.

Ahora, María Fernanda vuelve a la vida, en ese lapso en que subió al taxi el rostro agrio del conductor ha dejado de serlo. No porque la joven haya dado a luz en él sino por la hermosa criatura que fue recibida por dos tiernas palmoteadas de las enfermeras y el médico de turno, advertidos por alguien apostado en Urgencias para que se apersonaran  del caso. Cinco minutos antes la mulata había irrumpido en fuertes sollozos. Don Ismael había muerto. El hombre que vende minutos en celular fue el único que lo notó.
—Carajo, cinco minutos separaron este milagro de vida—añadió.


EL CLAN


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