Jorge García Usta:
Un Alma de permanente recordación
Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Era un hombre con una mente de tea encendida, con la lumbre tasada por un código genético reconocido por su inconsciente, lo cual lo llevaba a no aplazar actividades, siempre estaba gestando una acción en bien de la cultura. Me atrevo a decir de la presunción de su intimidad: tenía que hacer de los hechos la simultaneidad de la ocasión, en medio de esta Cartagena abúlica, momentánea y olvidadiza, era el maestro encargado de subsanar las necesidades que adolecían a la ciudad.
Él ignoraba que con su tesón de trabajo, estaba dejando una escuela de seres destinados a seguirlo. Con su desprendimiento, casi absoluto por el brillo de lo que se consumía y no culturizaba al hombre, siempre estaba dispuesto a trazar los primeros reconocimientos al hombre que siendo hacedor de cultura, la sociedad lo invisibilizaba. Jorge lo invitaba y lo conducía con su hacer de pedagogo por origen y formación, al claustro de los hombres que se regocijaban en la alegría de la cultura.
Jorge era muy bueno en la expresión del arte, tenía la facilidad de utilizar la simpleza, la sencillez y la humildad para engrandecer con las palabras y acciones los hechos del hombre de buen sendero, siempre estuvo presente en el estrado de la justicia de los humildes en el elenco del teatro humano.
Sus palabras caían con igual «magnitud», ya fuera para la fritanguera de la plaza ornamentando sus fritos en bien de una cultura gastronómica o para el enclaustrado académico de cantos perdidos. Allí estaba él observando el tejido imbricado de los actos del hombre en el teatro de la vida. Dispuesto a tasar con las mejores frases de esa prosa de diafanidad de linfa y fuerza de sangre, con que sabía teñir las expresiones de afecto, para no dejar espacio a la duda en los hechos que contribuían a la cultura del hombre Caribe. Sabía abrir caminos.
García Usta, Poeta |
La primera vez que lo vi fue sentado en una de las sillas de una de las aulas del Liceo de Bolívar de la Avenida Pedro de Heredia, allá por 1976, en la clase deshumanizada de Biología que se dictaba ajena a lo que se gestaba en su mente de adolescente, de grandes compromisos por los desfavorecidos de los elementos primarios de la vida; desde aquel momento, muy a pesar de haber sido expulsado con algunos compañeros y profesores que respondían con altivez ante las injusticias de un Sistema.
Continué mirando la trayectoria de Jorge, supe que era un descendiente de la familia Schortborgh, ilustres pedagogos bolivarenses que brindaron su hacer en el bien de la educación de niños y jóvenes. Seguí su proyección de «graficante de la palabra para el arte y por el arte». Jorge se embelesaba con las crónicas del hombre del cieno profundo, con los cantares alegres de Estefanía Caicedo, tal vez en ella recordaba a la Celia de su amigo Héctor Rojas Herazo.
Jorge García Usta, su vida, un libro de pocas páginas, donde escribió lo incontenible en el texto de la Eternidad: Un hombre para el Festival de Música del Caribe. Un hombre para el Festival de Cine. Un hombre para la poesía: Noticias desde otra Orilla. Un hombre junto a Salcedo, para: Diez Juglares en su patio. Un hombre para la prosa en tantos y tantos documentos. Un hombre para El Observatorio del Caribe, y un hombre para enrumbar la cultura del Caribe por senderos de autenticidad, como se mostró en su afán y tesón por las manifestaciones de los Cabildos de Negros y otros festivales de Cartagena de Indias.
Una paradoja triste nos brindó la vida, pero también podríamos pensar que la casualidad y el azar supieron detener las voces de los pregoneros de prensa, para señalar la parálisis del escribidor. La Muerte lo encontró el día en que se callan los periódicos del Caribe colombiano: un 25 de diciembre. Los cantadores de números de azares, los expectantes de tragedias, los buscadores de mejores augurios en el horóscopo, los cazadores de gazapos, los seleccionadores de los artículos de los magazines, donde escribía Jorge, quedamos esperando, aguardando una próxima edición. La prensa escrita se había detenido en la ingravidez de la lección escrita…
Gutiérrez Magallanes, Escritor |
Personalmente, después de haber sido su profesor por breve tiempo, fui su discípulo en un taller que realizaba los sábados a las tres dela tarde, siempre sus orientaciones eran en el mejor de los tonos, buscando engrandecer el trabajo que allí se realizaba. Pude comprobar su desprendimiento por el apantallamiento y la vanidosa aparición, a cada quien daba lo que merecía. Jorge es un alma de permanente recordación, quien tuvo mucho que ver en la formación cultural del hombre del Caribe.
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