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sábado, 11 de abril de 2015

José Benito Barros
y Los Tiempos de «La Llorona»
Por Juan V Gutiérrez Magallanes

Eran los tiempos de «La Llorona Loca», en que las guerras eran fáciles de declarar en busca de la hegemonía de uno de los dos partidos tradicionales de Colombia sobre el otro. De éstos, el Partido Conservador se mantuvo en el poder con breves interrupciones por espacio de ochenta años.  
José Benito nació en 1915 en pleno mandato del conservador José Concha Ferreira, quien gobernó entre los años de 1914 a 1918, el mismo tiempo empleado en tratar de equilibrar el mundo por medio de la Primera Guerra Mundial. 
Recibió los arrullos de los cantos marciales provenientes de Europa a través del río de la Magdalena. 
Estaba designado a ser «El Viajero Lírico» por los confines del universo, sin que nunca pudiera olvidar a «El Pescador» conocedor de los designios trazados por el canto de «El Gallo Tuerto», era el hombre que bogaba con la seguridad de volver para encontrar la dulzura de las miradas de la «Princesa Imperial» esperándolo en cada puerto. 
Marcó su vida «El Vaquero» de recorridos largos, tornándose estos en «Caminitos de Luna», experimentando luego la alegría surgida ante el amor que origina la canción que mata los «Pesares», haciendo florecer entonces en el alma del trovador un «Arbolito de Navidad».  
—Cuántas veces he recorrido el mundo tras los ecos «A la Orilla del Mar», cuántas veces he tropezado con  los  golpes de «Las Pilanderas», las damas que como «Juana Rosa Mana» y «Justiniana la Ventanera», diosas que acompasaban con sus voces al corazón señalando un descanso bondadoso de días para la subienda.   
La Llorona, Personaje Mítico
La vida podía brindarme con el canto del «Pajarillo Montañero» las mañanas alegres del «Amor de un Día», pero aquello era suficiente para sentir el «Carnaval» de  mi vida. Pocas eran las sombras que nublaban los amaneceres, jamás imaginaba darle un «Adiós al Corazón».  Me llenaba de alegría y volvía a  cantar con el suave toque de mi guitarra, las canciones que evocaba cuando estaba lejos de mi Banco.  
Podía gritar al mundo, a  ese inmenso espacio que acorto con mis pasos de aventurero-vaquero y viajero: «Cantinero Sirva Trago, que me quiero emborrachar». Ahora la voz era para que el universo me escuchara y mirara que en mí existía un trovador, que si algunas veces lo veían «Divagando», era por el sabor del «Ají Picante», y no porque perdiera en el juego que nos muestra la vida, como es esa dura y continua tragedia de  la «Violencia» en Colombia, cruel amargura que hace de los días una «Navidad Negra».  
A pesar de los pesares, la vida tiene más dulzor que amargura, no importa que algunas veces llore el «Bandoneón» y nos acordemos de esos momentos en que nos parece encontrar la calma eterna, para decirnos: «Me Voy de la Vida». Pero por fortuna, ese bandoneón que llevamos en nuestro interior vibra con su canto y volvemos a soñar con la  suavidad de las brisas,  ya sea en «Mi  Cafetal» o  en las corrientes del Río Grande de la Magdalena, cuando lo  surcamos en «La Piragua» del viejo Cubillo.  
—José Benito podía escuchar el canto del «Guere- Guere» por los recuerdos inolvidables de «Gladys Guerrero», volvía a coger la guitarra para calmar «el Tucu tucu» del recorrido de las imágenes de aquella que se transformaba por el toque de las musas en una «Paloma Morenita», que hacía trinar al cantor para no naufragar en  el pesar de la nostalgia. Antes bien, todo aquello servía para alimentar su numen de trovador incansable. 
Trazaba caminos con canciones, dejando el corazón en la insatisfacción de un «Corazón Atormentado».
El Majestuoso Rio de la Magdalena
Él mismo se respondía, cuando expresaba: «Busco tu Recuerdo», y era una voz brotándole de lo más íntimo de su ser. Nadie podía detener el fluido cantarino que tantas veces le despertaba en noches interminables, era sujeto de musas que le colmaban la mente y lo mantenían insomne, volvía a recordar los tiempos de la vida del «Minero», que se internaba en las intimidades de la tierra para jugar con los minerales de la naturaleza. 
Tal vez la rudeza del mundo hace volver a la nobleza de los recuerdos. Para entonces robarle a las musas la inspiración y así poder cantarle a nuestra amada. 
«La Momposina» es quizás la rosa más hermosa del vergel, que en toda su vida pudo cultivar, siempre la llevó prendida, como la flor colgada en el  primer ojal de la camisa, era su amuleto, su protección contra los amores impuros, los conjuros o desamores. 
En los caminos, ante tanta juglería y tantas vidas, pudo encontrarse con hombres con corazón de fiera, como el de «El Tigre de Tordecilla», nada de esto, por el contrario, amilanó el andar de José Barros. 
Todo servía para incrementar su inspiración de compositor versátil, que pasa del bolero como «A la orilla del mar» y entra con pasión al pasillo «Pesares», donde habla con dureza al corazón y compone un currulao «Paloma Morenita». 
Pero no le bastaba aquello, volvía a las riberas del río entonando sus sentidas cumbias, en la fusión de las diferentes etnias, dejando tal alegría como con «Palmira Señorial» «Navidad Negra» y tantas canciones que narran no sólo amores, sino fragmentos de las páginas de la Historia de Colombia, como son «Violencia». «Mi cafetal», «Las Pilanderas», «La Piragua”» y muchas otras.

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