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viernes, 29 de agosto de 2014

UN POETACUENTISTA

Prólogo a La Luz de La Lámpara en la Tiranta
JOAQUÍN POLO ANDRADE: ARMA UN MUNDO EN UN POEMA

Por Joce G Daniels
Cuando Joaquín Polo Andrade me pidió el favor de que le escribiera una nota de presentación  para sus cuentos y poemas, tuve un raro presentimiento,  pues a pesar de que le había escuchado ciertas frases de corte poético y otras con una marcada orientación de prosa poética, no pensaba que detrás de ese amable y espontáneo caballero hubiera un prodigioso poeta que jugara con las imágenes y con la música de los versos y que además escribiera cuentos tan largos que para un lector mediano de pronto invitara a no leerlos. 
He ahí uno de los grandes problemas que enfrentamos quienes trajinamos entre los vericuetos de la palabra y por la senda de las musas, pues a veces andamos tan desprevenidos que no llegamos a comprender la valía de quienes nos rodean y sobre todo de quienes tienen innato el sentido el estro de la imaginación. 
Con el profesor Polo Andrade, a quien conozco desde hace muchos años y a quien he visto hablar mil y una vez, me he llevado una grata sorpresa, pues sus cuentos, a veces apocalípticos y otras veces tradicionales, revisten todos los elementos que son dables para la buena y amena literatura, lo mismo que sus poemas, llenos de música y de imágenes y por donde discurren las influencias de los simbolistas, pero sobre todo del gran Julio Flórez, no obstante; conserva su propio estilo, el estilo de quien conoce el oficio, de quien arma un mundo en un poema, de quien entrelaza las palabras y vierte lentamente frases sonoras que son agradables al oído, es como si fuéramos nosotros mismos quienes estuviésemos hablando con lo desconocido. 
Polo Andrade se ha salido con la suya, ha escrito dos cuentos impecables: «La Permisión» y «Willdo», en donde presenta dos argumentos totalmente diferentes, pero salidos ambos de la magia caribeña, de lo real maravilloso que todos los días nos atropella con sus enigmas. «Don Lesmes», «Petrona Regalada», «Gratiniana Antonia Arroyo», «Udosia Herrera», «Telmo Padilla», «Altajerjes Soto Arroyo», son otros muchos de los onomásticos que dan una idea de ese acervo literario que se esconde en cada uno de los renglones del cuento «La Permisión». 
Un cuento medio filosófico, el principio medio tradicional, medio costumbrista, que habla de un pueblo cuya vida transcurre en torno a la personalidad de un patriarca: Don Lesmes León Almanza, a quien, cuando andaba con Rafael Antonio Cárdenas y Altajerjes Soto Arroyo, la lluvia nunca los mojaba y tampoco el sol los sofocaba, además «convertían la sal en azúcar» y «hacían billetes de banco con hojas de totumo». 
Santa Rosa para esa época era un pueblo desconfiado, hasta el punto de que la gente se había acostumbrado siempre a ver «las mismas caras, el mismo sol, el mismo día, la misma noche y el mismo amanecer», era como si el tiempo se hubiera detenido en esa población cuya vida transcurría entre el chisme, las intrigas, las costumbres y todo cuanto puede acontecer en un pueblo del Caribe colombiano. 
En «Willdo», el otro largo cuento del libro, nos topamos con un escritor que depura y es cuidadoso con lo que escribe. 
Aquí también discurren los nombres cargados de un profundo sentido semántico «Célimo Cicerón Julio Juliao», «Doña Débora», «Dídimo», «Willdo Rafael Urueta Torres» que todo en la vida lo había aprendido por su agudísima observación, la buena memoria, la perseverancia y la acción empírica», en fin, una narración llena de frases grandilocuentes, campesinos filósofos, obreros que recitan de memoria párrafos de escritores famosos, personajes que le maman gallo a la vida, que se burlan de sus amigos, que «se hace el muerto» para resucitar veinticuatro horas después, todo eso es el elemento que circuye a lo largo de las páginas del cuento que tiene todos los ingredientes para ser una novela. 
«Willdo», el personaje, se convierte en epicentro de la vida de aquel pueblo caribeño, pero es famoso es por su perfecta fealdad, la que a veces comparan con los feos personajes de las películas que de tiempo en tiempo presentaban en la sala de cine de Augusto del Río. 
El mundo del cuento parece sacado de la realidad, pues sus personajes, tales como Aristófanes de Arnedo, César Fayat, Luis Ricaurte Garrido, las dedicatorias, las canciones, las serenatas, Ilusión Castro Moscote, la desdichada que se mete a monja pero no logra superar las pasiones sentidas por Célimo Cicerón y se ve en la necesidad de desnudarse de sus hábitos, todo cuanto acontece no es sino producto de una realidad que se alimenta de la magia que deambula en cada rincón de nuestros pueblos. 
No obstante, Joaquín Polo Andrade, demuestra que conoce el oficio, muy a pesar de la urdimbre que teje y teje hasta formar una madeja inextricable, al fusionar nombres y más nombres de familias y de personajes, muchas veces ajenos a la propia realidad y a la ficción y donde rescata parte de la riqueza idiomática convertida hoy día en fósiles de nuestra propia literatura. El lenguaje sencillo y ameno, los diálogos y los pensamientos, todos se sumergen en un baño de intelectualidad y de filosofía. 
Es como si en el pueblo todos hubiesen leído a los grandes clásicos de las letras universales. 
Joce G Daniels, Escritor
Con respecto a «La Luz de la Lámpara en la Tiranta», nombre poético y llamativo que nos remonta a la vida de los ancestros, a medida que nos adentramos a ese cúmulo de versos y más versos, de imágenes y más imágenes, de música y más música, llenos de metáforas y de símiles, descubrimos un poeta en ciernes, vivo y moderno. 
El propio juego de ideas en las paradojas: 
«Te percibo más cerca
cuando estás ausente»
 
O en las metáforas: 
«Mis lágrimas en tus senos
tu silueta fundida en su cristal»
«¿Es que acaso tu aposento
ya no es lugar apropiado
para pensar en mi ausencia?»
 
O este bello símil: 
«En la elocuencia de tu silencio
con claridad meridiana
está inmersa la respuesta»
     
O la propia epanadiplosis:
 
«La noche que la noche me habló
porque era diáfana la noche»
 
Colgado de las influencias de nuestros poetas simbolistas y modernistas. Polo Andrade conjuga sus versos de una manera viril, amena y sin la rimbombancia de otros poetas de nuestro tiempo. 
Es una poesía ilustrada en donde el poeta sabe qué busca y qué quiere expresar, no son versos sueltos y tirados a la vera del camino, son versos con un sentido social, comprometidos con nuestra realidad histórica, pero sin salirse del marco trazado para todo poeta: «Escribir cosas que deleiten el espíritu del hombre y eso es lo que ha hecho nuestro ilustre amigo: escribir cuentos y poesías que llegan al alma, al corazón y que tienen un profundo sentido social». 
Pienso que el profesor Polo Andrade, a quien he visto desde hace muchos años, es más poeta que cuentista, aunque sus cuentos se pueden leer en cualquier momento y a cualquier hora, los poemas son de una contextura perfecta, sin tripas y sin estopas que llevan inmersos el ritmo de las olas del mar Caribe, que llegan y se van lenta y paulatinamente, versos de música agradable, de frases sonoras y de medida perfecta. 
Con este libro creo que ha dado el primer paso para escalar a la cúspide de los poetas colombianos, de los poetas bolivarenses y sobre todo que se han apartado del facilismo que muchas veces invade a los poetas que transitan por la senda de la nueva y moderna poesía. 
En Polo, gracias a Dios y a Erato, no se ha dado este caso: dos cuentos largos, pero no cansones y muchos poemas llenos de delicada musicalidad que a medida en que nos adentramos a esa fantasía pródiga en imágenes nos vamos compenetrando con el autor. He aquí pues un nuevo escritor que entra a formar parte de la pléyade de escritores colombianos. 
Quieran las musas y el numen de su creatividad que algún día lo encontremos en algún lugar del inalcanzable Parnaso de Escritores Colombianos.

San Sebastián de Calamarí, 23 de diciembre de 1997.
en 5:55 p. m. 

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