JAMES Y LA DESHUMANIZACIÓN DE LOS EMPRESARIOS
«El fútbol, fuente de emociones populares, genera fama y poder»
Eduardo Galeano.
Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Una semana después de finalizado el Campeonato Mundial de Fútbol Brasil 2014, los residentes del barrio «Olascoaga», especialmente los niños, jóvenes y adultos, se congregaban en la esquina de la casa de la Tomasona, para comentar las «jugadas y posibles records establecidos por los jugadores».
Pero toda conversación giraba en torno a la revelación del goleador del mundial: el colombiano James Rodríguez. Entre los personajes asiduos al encuentro de la esquina, estaba un muchacho que estudia Derecho en la Universidad San Gabriel, siempre haciendo citaciones de un librito protegido bajo las axilas, escrito por Eduardo Galeano: «el fútbol, hermoso espectáculo, esta fiesta de los ojos, es también un cochino negocio. No hay droga que mueva fortunas más inmensas en los cuatro puntos cardinales del mundo. Un buen jugador es una muy valiosa mercancía, que se cotiza y se compra y se vende y se presta, según la Ley del Mercado y la voluntad de los mercaderes».
Los contertulios, luego de permanecer expectantes, saltan con gestos de desacuerdo y alegremente exclaman: «¡Ochenta millones de euros! ¿Cuándo los vas a ver tú en tu vida?...¡Nunca! Nada más por eso mi hijo, se llamará «James», y de vaina no le añado el Rodríguez».
Desmembraban y desvestían a James, para «cotizarlo» con las mejores marcas de vestidos, electrodomésticos y automóviles.
Se perdían en la infinitud de las ganancias. El joven del librito argumentaba sobre la deshumanización de los empresarios y volvía a leerles: «El fútbol sudamericano es una industria de exportación que produce para otros. Nuestra región cumple funciones de sirvienta del mercado internacional. En el fútbol, como en todo lo demás, nuestros países han perdido el derecho de desarrollarse hacia adentro»
—Tú podrás decir lo que quieras—decía un interlocutor— Pero no podrás opacar la grandeza de James.
—Oye, no estoy en contra, lo que te quiero decir—manifestaba el joven del librito—es que el triunfo de James no puede obnubilarnos frente a la corrupción.
Nada, era imposible despertar a los residentes del barrio «Olascoaga», estaban embebidos en el fútbol, se habían olvidado de Nairo Quintana, de Rentería, de Teherán, de Catherine Ibargüen, de Cecilia Baena.
Estaban navegando en un «piélago jamesino», no por el buen fútbol que jugaba sino por los «euros» que ganaría.
Uno de los asistentes, decía, que siendo él, James, cubriría el interior de su casa con billetes de cincuenta mil pesos convirtiéndola en una caja fuerte, donde para entrar habría que manejar una combinación. Y así fueron plasmando sueños con el dinero de James y de la forma como, de serlo, variarían en sus costumbres.
De la pequeña asamblea, se formó un comité, que debería elaborar los estatutos para crear el Club de James. Todo aquello daba para creer que estos parroquianos estaban enfermándose con la futbolmanía alrededor de James. En el barrio fueron apareciendo: Calles que se disputaban el nombre de James, platos típicos con el nombre de James, tiendas con ese nombre, buses, hospedajes y varios cantantes de champeta, grabaron canciones en homenaje a James, e incluso, llegaron a ganarle en sintonía al Serrucho, pues los niños bailaban la champeta dedicada a James.
Todo esto daba pie para afianzarse en lo expresado por Eduardo Galeano: «En estos tiempos de tanta duda, uno sigue creyendo que la tierra es redonda por lo mucho que se parece al balón que gira, mágicamente, sobre el césped de los estadios».
De aquí en adelante, los hijos nuestros que nazcan a partir de esta fecha, llevarán por nombre «James Rodríguez», sin importar que se dé motivos a los posibles «fouls» en la paternidad de los pequeños James.
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