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jueves, 11 de agosto de 2022

Un Cuento Colombiano

 LOS CELOS DEL PROFESOR FEDERICO

 

Por Gilberto García Mercado

 

Treinta años necesitó Nicanor Alampi para saldar las viejas cuentas con Los Geranios. Viéndolo bien, había sido una completa estupidez salir del pueblo echando pestes contra todos por el engaño de Mercedes Sosa. Cómo pudo ser tan ingenuo e inmaduro, y perderse los mejores días de su juventud abandonando Los Geranios, para ir a probar suerte en una ciudad maldita en donde nunca hubo cabida para el amor. Más, sin embargo, se dejó arrastrar por la mentira urdida por la muchacha, quien tenía el apoyo de su austero padre, el honorable profesor Federico Sosa. El catedrático que había hecho de la población un lugar exclusivo para la sabiduría y los talentos excepcionales. Él tomó aquella tierra de nadie, en donde no existía el orden ni la ley, con casas ruinosas y un cielo encapotado amenazando lluvias todo el tiempo, y se fue de vivienda en vivienda erradicando la apatía de sus moradores que, en vez de enfrentar los desafíos de la vida, desde hacía mucho tiempo se habían abandonado a su suerte, evadiendo las dificultades y condenándose antes de tiempo, sin siquiera luchar. Todos estaban muertos, entre la imbecilidad proporcionada por la falta de conocimiento y la cobardía de una gente que se contagió de la desidia y la desesperanza.

—Aún están a tiempo—opinaba el profesor Sosa adonde llegaba—Quiten la venda de sus ojos, simplemente vengan a las clases, hay buenos libros esperándolos a todos.

Nicanor Alampi fue uno de los que primero aceptó el reto de Federico Sosa. En verdad, el joven fue rescatado de aquella horda de gente sin oficio, y que por simple rutina se iban hasta otros pueblos a apropiarse de lo que no era suyo. La falta de conocimiento, la ausencia de una sabiduría que les descubriera el buen juicio y el amor por el prójimo, estaba condenándolos como animales, que eran bien recibidos en las bandas emergentes que simulaban no hacerles la guerra a las tropas, de un gobierno que sí había asistido desde niño a las escuelas.

—Haré lo que usted me ordene, mi querido profesor— agregó complacido Nicanor Alampi.

Entonces en Los Geranios comenzó a notarse el cambio, las lecciones de Federico Sosa lograron que en pocos días los jóvenes que en otro tiempo eran díscolos y reticentes, se convirtieran a los buenos modales y se preocuparan por la conservación y el cuidado de la naturaleza. Una atmósfera sutil, como una caricia proporcionada por Dios, comenzó a rodear a Los Geranios. El joven maestro parecía multiplicarse y estar presente todo el tiempo cuando alguien lo requería. Así las cosas, se le veía respondiendo interrogantes de cualquier índole, ante la admiración y el agrado de sus discípulos. Creo que, en la Gran Novela urdida por la Literatura Universal, figura este periodo como el mejor capítulo que le da valor a este texto, sin precedentes en la historia, porque a quienes Federico Sosa educó, se les despertaron dones y saberes, exclusivos, de culturas que habían permanecido obnubiladas, ante nuestra presencia vana e ignorante.

Los Geranios ganó prontamente voz y voto en el Gobierno. Se fueron los primeros egresados de las clases impartidas por Sosa. En poco tiempo, tuvimos representantes en el Congreso de la República, en los principales órganos del Estado, y los jóvenes ya no se enrolaban como en otro tiempo en las bandas emergentes que le hacían la guerra a la nación. Fuimos bombardeados con toneladas de cemento que pavimentaron nuestras calles, y por primera vez Los Geranios aparecieron en el mapa. Periodistas a toda hora enviaban sus notas a los canales de la televisión, todos querían saber de la gente de aquí, de nuestras tierras y productos. Hasta el día en que, bastante compungido y nervioso, el pobre maestro anunció la llegada el sábado próximo de la hermosa Mercedes Sosa, su hija de diecisiete años que había estudiado en la Sorbona de París, todas las carreras habidas y por haber.

—Es una criatura muy inteligente—agregó Federico Sosa con prepotencia y orgullo—Espero que aprovechen los estudios y conocimientos de ella, para seguir ampliando los horizontes culturales de la gente de Los Geranios.

Y no dijo más nada. Como era miércoles, el jueves y el viernes se hicieron eternos. Comenzamos a hacer cábalas y conjeturas sobre la fisonomía de Mercedes Sosa. Su padre era un tipo bien parecido y modulaba las palabras como si acariciara con ellas. «De tal palo tal astilla», pensé. El sábado tan ansiosamente esperado llegó. Vimos descender de la limusina de otro tiempo a la criatura de Federico Sosa. Tenía razón el profesor, la mujer que se acodó en el alfeizar de la edificación en donde viviría, habló en diez idiomas. Quedamos absortos y extraviados en un intervalo de tiempo, no por los conocimientos de otro tiempo, sino por la belleza de aquella Eva en el Paraíso.

Gilberto García Mercado
Hoy que camino por las calles de Los Geranios, aún persiste en la memoria la figura alta y encorvada del profesor Federico, quien me perseguía blandiendo un machete en la mano izquierda, porque Mercedes Sosa le había contado intimidades, acomodando la mentira a sus conocimientos de mujer egresada de la Sorbona de Paris.

—¿Qué habrá sido de los dos? —me pregunto, mientras con sigilo observo la casa ahora ruinosa y derruida en donde vivieron padre e hija en Los Geranios—No es posible que alguien haya vivido allí.

El pueblo es otro. Busco en los rostros de los transeúntes algún rasgo conocido, y nadie se inmuta ante mi presencia. Todo subyace ante la desidia y el olvido, el cielo se cae a pedazos. Quizás a la vuelta de la esquina, enfundado en un saco negro, surja de repente, el profesor Federico Sosa, y nos hable de estudios y conocimientos, y de una hija que estudiaba en la Sorbona de Paris.

martes, 16 de julio de 2019

La Única Bulla Era el Galope del Corazón En La Noche de Agosto


REFRIEGAS
Por Gilberto García Mercado
Escuchaba la alocución del Señor Presidente, cuando unas sombras se recortaron contra el cristal de la ventana, tocaron con los nudillos de los dedos, y una de ellas susurró: «Es mejor que usted se duerma, apague el foco, y recoja sus papeles». Yo, que escribía hasta altas horas de la noche me había olvidado de los pasquines que aparecieron en las paredes de algunas casas de Los Geranios. Las sombras se alejaron de la ventana, alcé cuidadosamente la cortina, y pude ver a los hombres de negro perdiéndose por el callejón de la señora Fanny.
Las figuras misteriosas semejaban personajes sacados de alguna película policíaca, el suspenso mantendría en vilo al espectador, en este caso yo. Entreabrí la puerta para observar mejor, y salí a la terraza. La noche era eterna, la única bulla era el galope del corazón en esa noche de agosto. Avancé hacia un extremo del callejón. Los misteriosos personajes, de alguna manera cautelosos, notaron mi presencia y retrocedieron unos pasos. Desenfundaron las armas e iniciaron el regreso hacia donde ellos imaginaban que alguien los había descubierto infraganti. Perdido y desesperado, el único recurso que encontré fue sumergirme entre las aguas del canal que atraviesa a Los Geranios, y ahí estuve hasta que los encapuchados se alejaron. 
No transcurrieron quince minutos, cuando se escucharon los disparos. No hubo comentario alguno que surgiera de entre aquel callejón, por el que ahora regresaba, de mi intempestiva aventura de media noche. Y a la luz de la luna, los nubarrones se habían replegado, de nuevo los vi: Los pasquines, ahora pegados en los postes del alumbrado público, volvían con sus sentencias de muerte sobre algunos habitantes del lugar. La noticia al día siguiente sería primicia mundial. Pues un grupo de exterminio ejecutaba a los del hampa, irrumpiendo en las casas cuyas puertas ruinosas derribaban de un puntapié, en busca de los delincuentes sentenciados a muerte en los pasquines. 
Yo llegué a Los Geranios con muchas expectativas. Trataba de definir mi gran disyuntiva: o el dedicarme por completo a la Literatura. O el reconocer que en este campo no había nada que hacer. Eso me perturbaba, quienes me veían en la Avenida Baltazar Cisneros comprando remesas de papel para el ordenador, se iban lanza en ristre contra mí: «Algo debe de hacer con dichas hojas. Quizás las utiliza para liar cigarrillos de cannabis». Otras veces reiteraban: «Así como los encapuchados matan a los maleantes, deberían acabar con quienes compran remesas de papel solo para liarse cigarrillos de marihuana». Y así, entre comentarios de toda clase, vivía abstraído y meditabundo. Leyendo algunas veces a Capote o Hemingway. Observando cómo un hampón despojaba de sus joyas, a una joven que, distraída, esperaba el autobús en la parada. 
«Historias así son las que necesito», me dije un día. «A algún diario habrán de interesarle los panfletos que han invadido Los Geranios». 
Algunos vecinos relacionaron los hechos de esa madrugada con los pasquines. Un transeúnte que volvía del Hospital, después de recluir a su mujer asmática, sorprendió a los furtivos personajes rondando por las calles. Vestían de negro, manos enguantadas, calzaban zapatos deportivos. Y el rostro lo cubrían con capuchas. Debajo de sus suéteres se recortaban las armas con que ultimaban a los requeridos en los panfletos. El transeúnte que volvía del Hospital, pasó en silencio, y  los de las capuchas ni siquiera le miraron. 
El primer día de los anónimos, hubo revuelo general. Uno de los hampones se echó a reír nerviosamente y culpó a la pandilla de barrio Abajo de la broma. «Qué hagan lo que quieran, no les tenemos miedo». En Los Geranios era natural escuchar a los extorsionistas a toda hora. «Si no apoyan la causa con cien mil pesos aténganse a las consecuencias. Estamos dejando que pase el tiempo». Y cuando el tiempo transcurría sin que apoyaran la causa, irrumpían, fuera de noche o de día, llevándose los objetos de valor de la casa signada por la desgracia. 
Era tal el miedo que los afectados no iban ante el inspector a instaurar las denuncias. 
Como es de esperar, la patrulla de la policía recorre la zona. La algazara se sale de madre cuando irrumpen los agentes. Sorprenden a los que fumando la hierba, como una cosa natural, gritan obscenidades a las colegialas que transitan por la zona. 
Cuando «no hay moros en la costa» los agentes se marchan. Los delincuentes regresan a ocupar sus garitas clandestinas y, atisban hacia el norte o hacia el sur la posición exacta de la víctima, a quien robarán una alhaja, unos prendedores o un reloj. Pero antes no fue así. Pues con la aparición de los pasquines, y el hallazgo de los primeros muertos, el hampa se ausentó de Los Geranios. Entonces quienes alardeaban de no temer a la muerte, llorando se iban recogiendo sus cosas—«¿Por qué me tienen que amenazar si yo no he hecho nada?»—y buscaban refugio en la provincia, y, algunos, más temerosos aún no le decían ni a su propia madre adónde se dirigían. Los muertos fueron muchos. Los Geranios recobraron la tranquilidad. Y los encapuchados fueron vistos como extraños defensores de la justicia.
 
Gilberto García M
Ahora la policía patrulla la zona, pero es como si nada. Los agentes infunden respeto, pero cuando se marchan, es como si nunca hubieran asomado por aquí. Yo escribo hasta altas horas de la noche, escucho la alocución del Señor Presidente que esta mañana se dirigió al país por la radio y la televisión. Las sombras entonces se recortan contra el cristal de la ventana, tocan con los nudillos de los dedos, y una de ellas susurra: «Es mejor que usted se duerma, apague el foco, y recoja sus papeles». Yo, entonces, salgo a la terraza, y me acuerdo de los pasquines pegados por doquier:
 
—Han regresado los encapuchados.— digo en voz alta. 
«Tres muertos en Los Geranios en una refriega», es el titular de la prensa al día siguiente. 

lunes, 15 de agosto de 2016

Orgullo Tricolor Nacional

"SON NEGROS, DE ÉBANO Y DE ORO"

Por Rafael E Yepes-Blanquicett


Son del pueblo, vienen de abajo, son pobres, sin muchos recursos o casi ninguno y no pertenecen a ningún "club social de estrato seis". Son trabajadores, honestos, y se han  hecho por sí mismos, con las uñas, sin apoyo oficial.  
Por eso, no le deben nada a nadie. Pero, ahora que son famosos y han triunfado en sus diferentes disciplinas, aparecen los mismos politiqueros oportunistas de siempre sacando pecho y enorgulleciéndose de sus logros que solo les pertenece a ellos, a sus familiares y  entrenadores que los han apoyado en todo momento y lugar.  
Son nuestros mejores embajadores y representantes ante el mundo, quienes han dejado en alto el nombre de Colombia, nuestro país, en innumerables ocasiones y ¡de qué manera!. 

Son lo mejor de lo mejor, lo más granado, los más excelsos en la arena deportiva. Nuestros grandes medallistas olímpicos y mundialistas, en oro, plata y bronce, Caterine Ibargüen, Oscar Figueroa, Yuberjén Martínez y Yuri Alvear, de los cuales, los tres primeros son antioqueños de pura cepa, aunque Oscar se crió y se formó como deportista en el departamento del Valle del Cauca. 
Brillan con la luz propia que sale de adentro de sus almas, grandes esfuerzos y sacrificios por salir adelante, pues todas sus vidas han estado ligadas a las dificultades de todo tipo que han tenido que sortear para sobrevivir. Sin embargo, se han sobrepuesto a sus precarias condiciones y han salido avante, siendo claros ejemplos de resiliencia individual, familiar y social, lo que los ha convertido en unos verdaderos héroes para sus comunidades y la nación.  
Además, son negros, de ébano y DE ORO, como el nombre de aquella popular canción de la agrupación musical dominicana "La Familia André", liderada por su fundador, el finado, Fernando Echavarría, que muchos disfrutamos en los años maravillosos de los ochenta y noventa hasta el amanecer.

El Gran Boxeador Negro


“Desde La Descarada Confianza De Su Juventud A Una
Madurez  Llena De Convicciones Políticas Y Religiosas”




                                                                   “Un hombre que luchó
                                                                                                       Por la libertad, por la
                                                                                                Justicia  y por la igualdad”



  Por Juan V Gutiérrez Magallanes


David Remnick, en su libro, “Rey del Mundo”, muestra la trayectoria trazada por Alí, no sólo en el mundo del boxeo, sino en el tejido social, político y cultural de los Estados Unidos de América del Norte. 
Cassius Clay nació el 17 de enero de 1942, en medio de una familia negra de clase media, su madre Odessa, algunas veces limpiaba y cocinaba en las casas de blancos de clase alta en Louisville, pueblo natal de Clay, su padre, del mismo nombre, Cassius, era rotulista, elaborador de avisos, con cierta tendencia hacia la plástica y la bohemia. 
Como toda familia negra, la de Clay era muy extendida, en la que éste hacía alarde de sus actitudes de conversador y “dicharachero”. Desde muy pequeño sintió los estigmas de la segregación, y sí, a la edad de cinco años, pregunta a su padre, “¿Por qué en todas las actividades, quienes nos dirigen son blancos?” Uno de los incidentes que más lo marcó, con respecto a la discriminación, fue el asesinato de un niño de 14 años, Emmet Till, por haber saludado a una cajera blanca y haberse despedido: “Adiós, nena”. Eran los años de 1955. 
“Eran tiempos de duro racismo, que daba golpes más fuerte que los recibidos en el cuadrilátero. La lucha del estudiante negro James Meredith por entrar a la Universidad de Missisippi; la rebelión de Martin Luther King, por los derechos civiles de los negros”. 
“Ali pegaba como un peso pesado y se movía como Ray Robinson” 
En el ring nos hacía evocar a los pesados que vimos pelear en el Circo de la Serrezuela y el Coliseo de la calle del Espíritu Santo de Getsemaní: Dinamita Pum, el Paye Atómico, Kid Lemus y Burulú, el Tiburón de Marbella, también al más contemporáneo como fue Pedro Vanegas en su juego de piernas haciendo la “bicicleta”. 
En cuanto a la agilidad y cierta "hazañería" al Benny Caraballo en sus mejores tiempos. 
“Cassius Clay, salta impoluto sobre el mundo enlodado en que habían caído boxeadores anteriores a él. El boxeador era fácil presa para ser exprimido y sometido al capricho de las Mafias. Lo que no permitió Cassius que hicieran con él: “Cassius Clay, rompió las ataduras del boxeo con la delincuencia organizada”.
Ejemplo de algunos que fueron enlodados: “Sam Langford, a principio del siglo XX frenado en sus aspiraciones al título por la “barrera del color”, llegando a morir ciego y arruinado; Joe Louis, pegado a la coca  y huyendo del Fisco; Beau Jack, terminó limpiando zapatos en el hotel Fontainebleau; Ike William, acorralado por la Mafia y en deuda con el gobierno; “Two Tom” Tony Galeno, acaba luchando con un pulpo y boxeando con un canguro para ganarse la vida (pág. 61). 
Nada de esto le pasaría a Cassius Clay, más tarde llamado Muhmmad Alí, él sabía lo que quería y merecía. 
Aunque “en sus primeros tiempos como Cassius Clay, recibió abundantes ataques de la prensa y los restantes medios”. 
Estaban ante un hombre de color que no aceptaba ser discriminado, como era la costumbre en ese momento en la historia de los Estados Unidos. “Las voces de ataque, terminaron haciéndose inaudibles, llegando con el tiempo a ser un símbolo no solo de valentía, sino también de amor y de honradez, por no decir, en cierto sentido, de sabiduría”. 
Clay tenía una explicación para cada uno de sus actos, desde pequeño se interesó en conocer el medio que lo rodeaba: “Me metí en el boxeo, porque me pareció el modo más rápido en que un negro podía abrirse camino en este país. La escuela no me daba especialmente bien, tampoco podía jugar al baloncesto, al beisbol, porque para eso hay que ir a la universidad y aprobar exámenes y sacarse un montón de títulos … Me di cuenta de que no había futuro yendo al instituto ni siquiera a la universidad. No había futuro porque conocía a demasiados que lo habían intentado y ahí estaban tirados por los rincones. Un boxeador tiene quehacer todos los días. Ir al gimnasio. Ponerse los guantes, boxear. En las calles, en cambio, no hay nada que hacer…” 
Aquel era el pensamiento de un chico que miraba a sus compañeros vagar en la ociosidad. 
“A los 12 años, empezó a frecuentar el gimnasio de Joe Martin, después de seis semanas de entrenamiento lo subieron al ring, y de allí recibió una decisión nula, a pesar de dar más golpes que su contendor. Pero se acogió al veredicto. Al paso de cierto tiempo aprendió a manejar sus movimientos sobre el ring, ser consciente de su rapidez y calibrar sus golpes, devolverlos de inmediato. 
“Cassius, tenía unos ojos excepcionales. Daban la impresión de no cerrarse nunca, de no pestañear, de no dar una pista nunca al adversario. Era muy valiente y muy capaz de mantenerse frío en las situaciones de crisis. Prácticamente, vivía en el gimnasio, no fumaba ni bebía, era un fanático de la nutrición. Siempre llevaba una botella de agua y ajo, mezcla que según él le mantenía la tensión baja y la salud perfecta, y puso en general conocimiento que los refrescos con gas eran letales como los cigarrillos. Nunca se metía con nadie”. 
En el 1960, “cuando tenía dieciocho años, ya contaba con un historial sorprendente como amateur, cien victorias y solamente ocho derrotas, dos campeonatos nacionales de los Guantes de Oro y dos títulos nacionales de la Amateur Athletic Union”. 
Clay sentía temor de viajar en avión, su manager tuvo que hacer una labor de convencimiento, cuando se le presentó la ocasión en los Juegos Olímpicos celebrados en Roma. Allí se la pasaba caminando por la Villa Olímpica, haciendo muchas premoniciones sobre sus triunfos. Ganó Medalla de Oro, y desde aquel momento la llevaba siempre consigo, dormía con ella encima. 
Al llegar a su pueblo natal, Louisville, fue recibido como héroe y dijo con alma de poeta: 
“En mi deseo de contribuir
A la grandeza de mi país,
Al ruso le zurré
Y al polaco también.
Luego por Norteamérica conquisté la medalla
Y en Italia con Casio me comparaban”. 
Allí en Louisville, al querer tomarse un refresco en una cafetería, el dueño se negó a despacharle por ser negro. A partir de este hecho, bota la medalla ganada en las Olimpiadas de Roma. Éste sí había sido un Golpe duro en plena mandíbula, quizás uno de los derechazos más fuerte recibido en su vida de batallador. 
El 29 de octubre del 60, inició su carrera profesional en el Freedom Hall de Louisville, venció a Tunney Hunsaker. Más tarde un ministro de la religión musulmana, Jeremiah Shabbaz, buscó a Clay para hablar con él y le explicó que el Buda de los chinos, tenía aspecto chino y que los europeos y norteamericanos adoraban un dios blanco. ¿Qué motivo había para que los negros norteamericanos no adorasen un dios negro? Shabbaz, le explicó a Cassius que dios era negro según la Nación del Islam, y recibió un breve curso sobre la historia de la esclavitud. 
En el 1963, se enfrentó a Doug Jones, en el Madison Square Garden, antes del combate recitó una oda: 
“Cartago fue arrasada por Marceo,
Casio tumbó a Julio César
Y Clay va a aplastar a Doug Jones
de un solo golpe musculoso
cuando suene la campana
y el árbitro cante el ganador
Ningún romano habrá más noble
que Cassius Marcellus Clay”. 
Uno de los combates, en el que Clay expone, tal vez sin saber, una especie de lecciones de Neurociencia, fue en su pelea con Sonny Liston en 1964. Nadie daba cinco a favor de Clay, las apuestas estaban de siete a uno a favor de Liston y el 93% estaba por el triunfo de Sonny. Todo aquello importaba muy poco a Clay, por su posición de darse valor para enfrentar al contendor de prácticas en la única escuela que había tenido, la cárcel. Clay venció su miedo a través de una oda: 
Ved al joven Cassius Clay
peleando contra el Oso,
Liston recula y recula
y va a acabar en el foso. 
Porque en el ring ya no hay sitio
-Y eso que es muy espacioso-
Clay le pega con un puño,
luego le da con el otro, 
El único que pelea
es Cassius Clay el hermoso
Liston recula y recula
y recula receloso, 
Ya es solo cuestión de tiempo
para el nocaut por destrozo. 
¡Mirad qué derecha espléndida
mirad qué swing tan glorioso,
mirad el gancho tremendo
que pone en el aire al Oso! 
Liston vuela, va volando,
con impulso poderoso,
ya está tan lejos del ring
que no se le ven los ojos. 
El árbitro espera impaciente
que ese pesado despojo
aterrice, y empezar
la cuenta hasta diez final. 
Pero Liston sigue el vuelo,
Lo localiza el radar,
está encima del Atlántico
quién se lo iba a contar. 
El público está asombradísimo
pues vino sin preparar
a ver un título en juego
no un satélite lanzar. 
Nadie al comprarse la entrada
pudo un segundo pensar
que era un eclipse de Sonny
lo que iba a contemplar. 
¡Soy el más grande!.
La gran mayoría miraba a Clay como un demente que escribía poemas sin asidero en la realidad. Pero con el paso del tiempo se demostró que todo era premonición de los hechos. 
Ese combate con Sonny, llegó al séptimo asalto, pero en éste Sonny se quedó sentado en su esquina, ordenó “tirar la toalla”, perdió la gloriosa pelea ante Cassius, en la que se inmortalizó y lanzó su grito de triunfo: 
–¡Soy el rey! ¡El Rey del mundo! 
Clay se declara musulmán: “No soy cristiano. No puedo serlo, viendo cómo traen a la gente de color que lucha por forzar la integración. Los apedrean y les lanzan los perros y luego dinamitan una iglesia negra y no encuentran a los asesinos". 
“Soy el campeón del mundo de los pesos pesados, pero ahora mismo hay barrios en los que no puedo instalarme . No soy un buscapleitos. No creo en la integración forzada. Soy un buen chico. Nunca he hecho nada malo. Nunca he estado en la cárcel…Quiero a los blancos. Quiero a mi gente. No pueden ustedes condenar a un hombre por desear la paz. Si lo hacen están condenando a la propia paz”.

“En Estados Unidos el boxeo nació de la esclavitud”. 
Hubo campeones mundiales negros que se negaron a pelear con otro negro, tales como: “John L Sullivan, primer campeón de la era moderna, trazó “la barrera del color” en el boxeo: “Nunca pelearé con un negro”. 
Cassius Clay era un hombre inteligente, conocedor de la idiosincrasia norteamericana, lo recordaba viendo la historia de Joe Louis, a través de la primera y segunda pelea de éste con el alemán Max Schmeling. 
Al perder Louis en el primer encuentro, se dieron una serie de publicaciones en las que se declaraba: "la supremacía del hombre blanco". Más tarde se da la revancha y Louis le gana a Schmeling en el primer asalto, el 22 de junio de 1936. 
Bastó para que de inmediato declararan: “Es un honor para su raza, es decir para la raza humana”. “El machacador de caoba”, “El Tarzán moreno de los puñetazos”, “El bombardero marrón”. 
Pero Joe Louis muere en el 1981 a los sesenta y seis años, arruinado y olvidado.

Muhammad Alí muestra al mundo, que, a pesar de ser un boxeador en él había un corazón posesionado para la Paz del Universo. Se niega a participar como combatiente en la guerra del Vietnam. 
“No voy a pelearme con el Vietcong”, responde. 
Ese mundo que tanto defendía se le vino encima, hasta los miembros de la Nación Musulmana, pero él se mantuvo en su posición, de ser un hombre de paz. 
Bertrand Russel, Filósofo Inglés
Bertrand Russel, un filósofo y pacifista inglés, escribió a Alí: “Los gobernantes de Washington van a tratar de perjudicarle a usted por todos los medios a su alcance, pero usted sabe, estoy seguro, que ha hablado en nombre de su pueblo y en el de todos los oprimidos del mundo, que desafían valerosamente el poder norteamericano. Tratan de hundirle porque usted es el símbolo de una fuerza que no pueden aniquilar, es decir la conciencia ya despierta, de un pueblo entero que se rebela a no seguir siendo diezmado y envilecido por el miedo y la opresión. Puede usted contar con mi pleno apoyo. No deje de llamarme si viene a Inglaterra”. 
Alí aceptó el castigo de ir a la cárcel y que lo despojaran del título: “No tengo nada que perder poniéndome en pie y cumpliendo con mis creencias. Llevamos cuatrocientos años en la cárcel”. 
Después de haber estado en la cárcel, recuperó el título con mucha grandeza en el año 1974 al vencer a George Foreman en Kinshasa, Zaire (África). 
Allí en aquel continente estuvo departiendo con el pueblo y volvió a decir: “Tomé la decisión de ser un negro de los que no se dejan atrapar por los blancos“. 
Bill Clinton, Ex presidente Norteamericano
Alí, (quizás en una clase de neurociencia), decía:” Clay es un nombre de esclavo, oye Khrushchev, sabe que es ruso. Chang, es un chino, Goldberg, es un judío. ¿Qué es Cassius Clay? Así de claro. Así de cierto. George Washington no es un nombre negro. Así de claro. Así de cierto. Me hice mayor en la idea de que todo el mundo era blanco. Jesucristo era blanco. Todos los de la última cena eran blancos. Y de pronto llegan los Musulmanes, planteando dudas. Y creo que yo he contribuido. Ahora ves un anuncio en la Tele. Salen tres niños, dos negros y un blanco, o al revés. No era así entonces, las cosas han cambiado. Y yo he contribuido”. 
“Alí es un mito norteamericano que significa muchas cosas distintas para muchas personas: un símbolo de fe, un símbolo de convicción y desafío, un símbolo de hermosura y talento y valor, un símbolo de orgullo racial, de grandeza y de amor”. 
“Un hombre que luchó por la libertad, por la justicia y por la igualdad” ( D. R). 
Es de mucho valor para el mundo y las generaciones que no lo conocieron lo expresado por un ex presidente: 
Juan V Gutiérrez Magallanes, Escritor
“Muhammad Ali sacudió el mundo. Y el mundo es mejor gracias a él. Todos somos mejores por ello. Le vimos crecer desde la descarada confianza de la juventud y el éxito a una madurez llena de convicciones políticas y religiosas que le llevaron a tomar decisiones difíciles y vivir con las consecuencias"Bill Clinton.

Murió el 3 de junio de 2016, en Scottsdale Arizona (EE.UU).














miércoles, 25 de noviembre de 2015


Las vicisitudes del paraíso*

Texto y fotos de Enrique Moya

A través de Eddy, un joven balinés que hace de chofer para pagarse la carrera de abogado, el escritor austriaco venezolano residenciado en Viena, Enrique Moya, se acerca a las fuentes y claves culturales de la paradisiaca isla de Bali.  

1 
La sugerencia de un trotamundos neozelandés de viaje por la vecina isla de Java me lleva hasta un joven balinés que hace trabajitos de chofer para pagarse la carrera de abogado: Eddy. Su nombre real: I Made Supriadi. 
Eddy es multilingüe como la mayoría de los balineses. Habla, además de las lenguas nativas, balinés, bahasa y un inglés de uso turístico. En la isla el español es tan exótico como el balinés lo sería en Caracas. Sorpresa: Eddy se defiende hablando un español ocurrente en adverbios y preposiciones a destiempo. El precio que propone resulta moderado. Suma méritos más que suficientes para ser contratado. Eddy se convierte, pues, en chofer, guía y traductor de las lenguas locales por los poblados y lugares alejados de los turistas australianos que invaden como cangrejos las playas de Bali.

2 
Bali, pequeño paraíso rodeado de paraísos: al oeste la Isla de Java, el norte Borneo, al este New Guinea y las Moluccas; al lado, la hermana Isla de Lombok y más al sur, a dos horas de vuelo, las azulísimas costas de Darwin, Australia. 
Vivir en un edén no es fácil. Hay que sudar cada centavo para llegar a fin de mes. El trabajo es de sol a sol en los arrozales, en el turismo o en lo que salga. Un paraíso no siempre resulta paradisiaco. El calvario rezado por Eddy para ganarse el sustento sugiere que el paraíso, más que una geografía terrenal, es un estado del ser; un sujeto exterior anhelado e idealizado por quien piensa que no lo tiene, o vive inmerso en las vicisitudes que todo vergel comporta. Para Eddy el paraíso acaso se encuentre en algún lugar de la vasta inmensidad oceánica de la Polinesia. No en el caótico tráfico motorizado de Denpasar que, en horas pico, puede llegar a ser tan infernal como en Caracas o Bombay. 


3 
A sus veintitrés años recién cumplidos Eddy parece tener una idea bastante clara de los retos de su entorno. Sus prioridades no destilan ambición desmedida. Sí, la convicción de quien se siente preparado para enfrentar los desafíos de una ínsula convertida en paraíso para turistas extranjeros. Primera meta: terminar la carrera de Derecho en la Udayana University de la isla. Luego de graduarse (faltan tres semestres) ocurrirá un acontecimiento fundamental en su vida: será designado cabeza familiar mediante ceremonia en su pueblo a las afueras de Denpasar. 
No es primogénito, pero valga el hecho y derecho de haber nacido varón. Eddy heredara todo. Bienes materiales, responsabilidades seculares y religiosas de la familia; todo en sus manos. 
En las religiosas, será encargado de dirigir las oraciones del día y las efemérides del calendario religioso y familiar (bodas y asuntos similares). Eddy es devoto creyente que gusta mucho rezar. Como en toda casa balinesa, en la suya hay un jardín con altar siempre remozado con flores frescas y raciones pequeñas de comida para sus dioses más venerados. También en la acera de su entrada, por si algún dios vagabundo pasa y le apetece. 
Eddy heredará también importantes decisiones familiares: su hermana mayor, la primogénita, deberá pedirle permiso para casarse. En caso de él negarse, ella puede pedir a su enamorado que la secuestre…costumbre ancestral de Bali que tiene su truco y beneficiosos efectos prácticos: con el hecho consumado, dote matrimonial, tipo de ceremonia y celebración reducen notablemente su coste.  
Eddy ya ha conversado con el novio sobre las modalidades y fechas de tal secuestro. Muy en confidencia, desde luego, no es asunto para la primera plana de los periódicos. La economía familiar no está para tirar cohetes. Pero la cuestión no es sólo de índole crematística, el ritual del secuestro también tiene su simbología. Entretanto Eddy gestionará los aspectos legales de la vida de ella hasta su boda. Cuando el tal señorío pasará al marido. En adelante también tendrá que cuidar del futuro de sus padres. 
En sólo tres semestres las responsabilidades de Eddy aumentarán dramáticamente. A ningún joven occidental de veintitrés años le haría gracia recibir herencia tal. No en vano Eddy se propuso estudiar Derecho. 
Será el primer egresado universitario de su familia desde que tienen memoria de sus ancestros, procedentes siglos antes desde algún lugar de la Polinesia. 
En Bali hay demanda de abogados: las leyes locales exigen para hacer negocios en la isla, tener socios balineses. Bali no debe convertirse en un lugar de asalariados –aspiran–, sino en sede empresarial internacional que garantice a los locales participar de las riquezas. Eddy se ve en el futuro como socio de algún proyecto empresarial o como asesor legal de inversionistas extranjeros. 


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A través de Eddy me pongo al tanto de los complejos vericuetos de la lengua balinesa. Un aspecto central de esta cultura es la mutación constante del idioma balinés en la interacción social. Lo observo cuando deseo averiguar un aspecto específico de la cultura y Eddy hace de traductor en los poblados del interior de Bali. No depende de factores lingüísticos exclusivamente, sino de mutaciones que operan en virtud del protocolo establecido por el Sistema de Castas. 
Bali es un oasis hinduista en medio de ese vasto archipiélago musulmán que es Indonesia. También un oasis en todo el mundo hinduista, pues su sistema de castas ha eliminado la de los intocables 
La sintaxis se deconstruye a medida que avanza la conversación. El idioma adquiere una intempestiva dualidad. Los interlocutores intentan ubicar, a través del léxico o la fonética, su locación de pertenencia en la intrincada cosmogonía socio-lingüística establecida por su religión. 
En los países hinduistas las castas se reconocen entre sí a través del contacto visual (la forma de vestir, la quincallería del aspecto) y de la gestualidad desde hace siglos asumida que le hace juego. En Bali al no ser el aspecto físico y la vestimenta tan diferenciados entre unos y otros, no son determinantes inmediatos para señalar el rol social a simple vista. Es entonces el lenguaje lo que determina la casta de pertenencia de interlocutores que no se conocen. 
Una vez ubicada, los registros sintácticos, fonéticos y lexicográficos varían bruscamente. Estos  cambios de registro socialmente obligatorios –según el orden de prelación que tutela el sistema– se dan, sobre todo, en las castas medias e inferiores hacia las altas. Las altas mantienen, como clara señal de su importancia y poder social, su propia identidad lingüística. Y hacen uso permanente del poder que la mitología de sus creencias les ha otorgado en ese sentido. Pero es lógico deducir que el poder semántico de la lengua balinesa de las castas bajas y medias es más rico y de mayor variedad sintáctica que el de las altas. Pues las bajas interaccionan con todas, mientras las altas sólo interaccionan, casi exclusivamente, entre sí. 
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A la pregunta de si cuando herede todo dará algo a su hermana mayor, la primogénita. Eddy contesta: la quiere mucho, ha sido una segunda madre para él; pero no. Eso no forma parte de su tradición. No estaría, además, bien visto. Sería socialmente sospechoso. Podría poner en duda la autoridad de su futuro liderazgo familiar. Las cosas son como son. Él es el varón de la familia. Y no ve  razón alguna para ponerse sentimental como si fuera un occidental. Con la misma tesitura Eddy defiende el mantener a raya a su novia formal. Es el amor de su vida, confiesa, pero considera que mientras menos enterada esté del amor que siente por ella, mejor. «Sino no vame luego [a] respetar» (sic), acuña en su particular español. 
No percibo malicia cuando afirma que ha dado salida a la tensión generada por el amor que siente por su novia, con otra noviecita de un pueblo al este de Denpasar. No pasa nada. Excepto constatar que ciertas actitudes de escándalo en occidente, se asumen en Bali con indulgente naturalidad. Desde hace siglos ciertas culturas de las antípodas oceánicas han aprendido a lidiar con el sentimiento unipersonal y el incorregible ir y venir del instinto. 
Bali es una sociedad organizada, simbólica e institucionalmente, por el varón. La  occidentalización debido a la tecnología de la comunicación, ha empezado a reorganizar las tradiciones y costumbres de la Polinesia y el Sudeste Asiático. Lo cual está convirtiendo a las mujeres balinesas en actoras más activas de los procesos sociales de la isla. Su rol, sin embargo, sigue estando en un plano visiblemente menor respecto al varón.

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Por su trato con occidentales Eddy conoce otras versiones de asuntos similares más allá de las fronteras de su isla. No usa correo electrónico, carece de internet en casa; pero ha encontrado en el celular un dios omnipresente que lo acompaña en el bolsillo. El WhatsApp, ha sido para Eddy un descubrimiento tan mágico y efectivo como el mejor de los mantras. En Asia la tecnología se ha convertido en una religión de feligreses radicales. Ese occidente tan raro y misterioso para él, como para nosotros las costumbres asiáticas o polinesias, ya lo es menos. 
Se ha convertido en fanático de los descubrimientos. Un teclado y pantalla táctil es una mina de extrañas y nuevas formas de aprendizaje: Eddy afirma haber aprendido a hablar español a través del WhatsApp. 
Dejando atrás la cima del Monte Agung Eddy relata su anhelo más ferviente. Desde hace tiempo reúne dinero para dar forma a esa aspiración. No se trata del último modelo de IPhone o la reciente pantalla de plasma. Tampoco una moto de alta cilindrada para sustituir la suya, convertida en vejestorio. Por insólito que parezca, la ilusión de Eddy es adquirir una puerta nueva para la entrada de su casa. 
No se trata de cualquier puerta, naturalmente; ésta vale un ojo de la cara. Raros anhelos que sólo un balinés puede comprender, pues en la isla de Bali –declaran los entendidos– se encuentran los artistas talladores de madera más notables del mundo. Y sus puertas talladas son consideradas por los marchantes internacionales obras maestras dignas de ser exhibidas en museos. (Este artículo es publicado conjuntamente en el Papel Literario de El Nacional, Venezuela)
          *Tomado de Con-Fabulación No. 402